SIN LÍMITES
Toros: Carta
de Francis Wolff al Cabildo de Puebla
Capital
Continúa la
defensa de la fiesta taurina
Por Raúl
Torres Salmerón
El cronista
taurino de La Jornada de Oriente, Horacio Reiba, publicó en el portal Al Toro
México, una carta abierta del filósofo francés Francis Wolff, quien imparte
clases en la Escuela Normal Superior de la Universidad de París, autor del
libro Filosofía de las Corridas de Toros y director de la película Filósofo en
la Arena, dirigida a la Presidenta Municipal Claudia Rivera Vivanco y al
Cabildo de Puebla Capital.
Con motivo de
los reiterados ataques taurófobos en contra de la fiesta de toros y el anuncio,
por parte de la alcaldesa de una convocatoria al Cabildo para que vote la
posible prohibición de las corridas de toros, Reiba acudió, entre otras
personalidades, al filósofo Wolff, cuya pasión por la tauromaquia es de largo tiempo.
Este el texto de la misiva:
Les escribo
desde París con sincero respeto a su labor pública y su legitimidad
democrática. El propósito de esta carta es simplemente compartirles mi humilde
punto de vista con respecto a la posibilidad de que se emita en Puebla un
decreto municipal para prohibir las corridas de toros. Me inspira al hacerlo el
profundo amor que siento por su país, por su estado y por sus tradiciones
culturales, mismas que tengo la suerte de conocer y admirar desde hace mucho
tiempo.
También
considero un honor poder defender una cultura que décadas atrás hice mía,
tradición que ha existido en la región de Puebla desde hace varios siglos. Les
escribo con cierta emoción: pienso que, si la fiesta de toros desapareciera de
los países, de las regiones, o de los estados o ciudades como Puebla, donde hoy
está viva, sería una gran pérdida para la humanidad y también para la
animalidad...
Prohibir la
fiesta de los toros, una de las creaciones más particulares de la cultura
latina, y portadora a la vez de los valores humanos más universales (coraje,
grandeza, vergüenza, lealtad, ritualidad, dominio de la animalidad dentro y
fuera de sí mismo, creación de belleza a partir de un riesgo cierto de muerte),
significaría sucumbir a un conformismo que tiene en el mejor de los casos la
apariencia de la universalidad, porque se trata de una universalidad sin sabor,
como McDonalds o Coca-Cola.
Tal
prohibición significaría un nuevo revés a nuestra cultura latina. La corrida ha
dejado de ser la Fiesta Nacional de España, y con eso ha ganado mucho. Ahora
forma parte integral del patrimonio latino mundial, y es una de las fuentes de
resistencia a la civilización anglosajona dominante y uniformadora.
Tal
prohibición sería una pérdida ética para el humanismo. Yo entiendo que, para
alguien ajeno a la cultura taurina, acabar con la tauromaquia pudiera parecer
un "progreso" moral. Esto es una mera apariencia. El animalismo no es
una extensión de los valores humanistas, sino su negación: porque, al intentar
elevar a los animales al nivel con el que debemos tratar a los hombres,
inevitablemente estaríamos rebajando a los hombres al nivel con el que tratamos
a los animales. De hecho, los humanos no somos como los demás animales, porque
podemos actuar obedeciendo normas y valores y no sólo impulsos; por eso,
tenemos deberes absolutos y recíprocos hacia todos los seres humanos. Esta es
la base del humanismo.
Pero además,
este humanismo también nos implica deberes hacia los animales. Son deberes
relativos (y no absolutos) y diferenciados. Con nuestros animales de compañía
mantenemos relaciones afectivas: por lo tanto, es inmoral traicionar este
afecto, por ejemplo, abandonando a tu perro para salir de vacaciones. Con los
animales domesticados que son criados por su carne, su lana o su fuerza de
trabajo nos liga una especie de contrato: ellos nos ofrecen sus productos y a
cambio los alimentamos y gozan de nuestra protección.
Por lo tanto,
sería inmoral tratarlos como meros "objetos", como sucede en las
escandalosas formas de ganadería industrial mecanizadas y sin embargo, no es
inmoral matarlos puesto que generalmente los hemos criado con esa finalidad.
Por otro lado, están los millones de especies de animales salvajes que pueblan
los océanos, montañas y bosques del planeta y hacia los cuales tenemos deberes
ecológicos, que consisten en respetar sus ecosistemas y la biodiversidad que
albergan. Esas son las bases de una ecología humanista, preocupada con el medio
ambiente y la vida de las futuras generaciones.
El toro de
lidia no entra en ninguna de las categorías descritas. No es un animal de
compañía, ni un animal salvaje, puesto que la tauromaquia supone la
preservación y moldeado de su instinto natural de hostilidad hacia el hombre,
al cual llamamos "bravura". Para este animal, una vida conforme a su
naturaleza insumisa e indomable debe ser una vida libre y natural, es decir,
con la mejor calidad posible, exactamente el tipo de vida del que gozan los
toros en las ganaderías de reses bravas ubicadas en el estado de Puebla, como
son Reyes Huerta, La Joya, Cervantes Hermanos, El Milagro, El Rocío, José Raúl
Cervantes, Vicencio o Zacatepec.
La muerte del
toro en la tauromaquia debe ser respetuosa de su naturaleza de animal bravo y
libre, una muerte luchando con bravura para defender en el ruedo la libertad a
la que está habituado ¿Es acaso más apropiado para la bravura y la naturaleza
del toro vivir como esclavo del hombre y morir en el matadero como bovino para
consumo de carne?
Vivir libre
durante cuatro años y morir luchando durante unos cuantos minutos, en los
cuales puede a su vez causar daño al torero, es el destino del toro de lidia,
sin duda uno de los más envidiables en cuanto animal vive bajo dominación
humana. Por eso, la prohibición de las corridas de toros, que supondría el fin
de una raza y la derrota de un tipo de ganadería extensiva que respeta las
exigencias biológicas de los animales, sería también una pérdida para la
animalidad.
Me encantaría
poderles hablar sobre la estética de la corrida, de la grandeza sublime de este
arte popular y culto a la vez, de la belleza singular de este arte clásico pero
también contemporáneo, de la emoción única que nos embarga en los momentos de
comunión espiritual a que una gran faena o un puro rasgo de torería o bravura
genuinas pueden dar lugar.
El sentido y
el valor de la corrida descansan sobre dos pilares: la lucha del toro que no
debe morir sin haber podido expresar, de la mejor manera, sus facultades
ofensivas o defensivas y el compromiso del torero, el cual no puede afrontar a
su adversario sin jugarse la vida. El deber de arriesgar la propia vida es el
precio que uno tiene que pagar para tener el derecho de matar a tan hermoso
animal, respetado en vez de ser sacrificado de una manera mecanizada como en
los mataderos industriales.
Me gustaría
también evocarles las emociones que sentimos cuando asistimos a una corrida de
toros. No es un gozo perverso o maligno, sino una emoción inmediata, tan carnal
como intelectual, que se llama admiración. Admiración antes que nada hacia la
bravura del toro: por su poder, por su incesante combatividad a pesar de las
heridas, y por sus repetidas acometidas, a pesar de sus fracasos. Y admiración
también hacia el valor del hombre, su audacia, su coraje, su sangre fría, su
calmosa creatividad y su necesario despliegue de inteligencia en relación con
el adversario.
Estoy
plenamente consciente de que ningún argumento logrará convencer a los que, en
todo caso, consideran que la corrida consiste en torturar a un animal inocente.
Que no les interesa el hecho de que, en esa lucha, realice su naturaleza el
toro bravo, ni que queriendo evitar la muerte de unos cuantos de estos toros
estén condenando a extinción a toda una raza, ni la comparación entre la corta
y abyecta vida de las terneras criadas en batería y los toros de lidia criados
en plena libertad; sé bien que todo esto seguirá siendo insuficiente ante la
reacción inmediata y pasional del que se indigna y grita "¡No, eso
no!".
Es cierto que
tras todo esto hay sensibilidades personales en juego. En mi caso, nunca he
podido soportar ver un pez atrapado en el anzuelo del pescador. Pero nunca se
me ha pasado por la cabeza reclamar a las autoridades que prohíban este
inocente ocio. El sentimiento de compasión es más que respetable. Y no me cabe
duda de que la mayor parte de los adversarios de las corridas de toros son
seres sensibles que sufren realmente cuando se imaginan al toro sufriendo. El
problema es saber si esta sensibilidad es suficiente para legitimar un acto
legislativo. ¿Acaso la sensibilidad de unos puede bastar para condenar la
sensibilidad de otros?
Es claro que
los aficionados se oponen a esta posible prohibición, muchas veces con la misma
vehemencia y pasión. Podríamos quedarnos ahí, coexistiendo en esa oposición de
pasiones si ellas mismas llegaran solamente hasta ahí. Pero la cuestión es que
una de ellas reivindica para sí más que la otra. Reclama limitaciones,
prohibiciones, interdicciones. En definitiva esta pasión quiere impedir a la
otra que se satisfaga.
Y aquí es
donde el papel de los representantes electos, desde mi punto de vista, debe ser
el de mantenerse razonables y equitativos diciéndose: "Si algún día las
corridas de toros desaparecen que sea porque ya no despiertan pasión alguna.
Pero mientras llega ese momento, lo prudente (y lo digo con emoción) es dejar a
cada cual con su pasión y hacer prevalecer el principio de libertad".
Sea cual sea
su decisión, estoy seguro de que será democrática e ilustrada; que será tomada
sin ceder a las presiones de la moda, teniendo en cuenta todos los puntos de
vista y el interés general a corto y largo plazo.
Firma Francis
Wolff. Catedrático Emérito de Filosofía. Universidad de París.
En fin, como
dice la copla española:
Toros,
flamenco y poesía,
no hay pueblo
en Andalucía
que no tenga
mayor caudal
de amor, arte
y simpatía.
raultorress@hotmail.com
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